En el Londres de 1979, si no ibas al Blitz no estabas en la onda. Era un club regentado por el ex músico punk Rusty Egan, y un figurón llamado Steve Strange, que ejercía de portero. En el Blitz, el look era fundamental, tanto que a sus parroquianos se les conocía como los Blitz Kids.
Eran reconocibles a cinco kilómetros de distancia porque la imagen, aunque no podía ser más heterogénea, tampoco podía ser más llamativa. La combinación de prendas y estilos incluía el maquillaje y los cardados punk, trajes de gánster, sombreros Fedora, turbantes de jeque, pantalones bombachos, indumentaria de Robin Hood, blusas con chorreras, a veces todo ello superpuesto en un mismo cuerpo. La imagen era una obsesión y también una definición, que hacía de toda aquella tribu todavía undergound sospechosa de haber saqueado una tienda de disfraces.
Por supuesto, el más vistoso de todos era el portero. Strange se plantaba cada noche en la puerta y decidía quién pasaba y quién no. A veces hacía uso de un espejo que escrimía en la cara del aspirante a cliente como diciéndole, “¿pero adónde crees que vas con esa pinta?”. Una noche Mick Jagger quiso entrar y Strange le dijo que ni hablar. Un paparazzi inmortalizó el momento. Al día siguiente todo el mundo hablaba del Blitz.
Inglaterra se preparaba para pasar del laborismo al thatcherismo y en el Blitz se gestaba el prólogo a la música de los 80 con una tribu que, al principio, se refería a sí misma como The Movement. El hedonismo era la norma y la ambigüedad la regla de oro. Nadie sabía como definir aquello. Como en el Rum Rummer, en el Blitz sonaba soul, funky y disco music, tres géneros demonizados por el punk. Los estilos musicales convergían libremente en las sesiones musicales de Egan. Mientras, Strange se superaba a sí mismo con sus atuendos, en despiadada competencia con el encargado del guardarropa, George O’Dowd, que años más tarde se convirtió en Boy George.
Una noche, mientras Strange estaba en la puerta haciendo su particular selección, una mujer se le acercó y dijo las palabras mágicas: David Bowie. Si los Blitz kids, empezando por Strange, reconocían a un dios, ese era Bowie. El padre del glam, el blanco que hizo soul, la pop star que se rindió a la decadencia de Hollywood y luego emigró a Berlín. Ahora Bowie estaba, según su agente de prensa, en una limusina esperando a entrar en club del que todos hablaban. Y por supuesto, él sí que entró. Curiosidad aparte, Bowie estaba allí para reclutar cuatro figurantes para un vídeo. Por supuesto, Strange fue uno de ellos y, cuando Ashes To Ashes se estrenó ese otoño (revolucionando el todavía incipiente mundo del clip), media Inglaterra ya sabía que aquellas cuatro extrañas figuras que reverenciaban a Bowie eran new romantics. Para entonces, otros clubs como Le Kilt y Le Beat Route se repartían con el Blitz el monopolio del cool nocturno.
La transición de The Movement a New Romantics había sido fulminante. La etiqueta la acuñó el periodista Robert Elms, aunque el productor Richard Burgess dice que fue idea suya. Ambos habían trabajado en el debú de un nuevo grupo llamado Spandau Ballet, que hacía gala de una arrogancia más propia de un mito literario que de un músico pop. Los nuevos románticos se inspiraban poetas como Lord Byron y la épica también les tiraba mucho. El primer disco de Spandau Ballet se tituló Journeys To Glory (Viajes a la gloria), y fue precedido por To Cut A Long Story Short, el primer maxi single que se publicaba de un tema que no era ni de funk ni de reggae. La música de baile había establecido contacto al fin con el rock. Pero el primer grupo new romantic fue Visage, que en 1978 ya habían editado un single y que, cómo no, estaba formado por Steve Strange y Rusty Egan. Visage, su primer disco apareció en 1980 y exploró el lado futurista del sonido y la imagen del movimiento, además de darle su canción definitiva, Fade To Grey, uno de los grandes temas del pop contemporáneo. Otro nombre a tener en cuenta fue el de Ultravox. Cuando su líder, John Foxx decidió seguir por su cuenta, metieron a Midge Ure de cantante. Grabaron Vienna, un álbum de rock germanófilo que pasó a la historia por la balada que le daba título. La estética new romantic llevada al paroxismo pastelero.
En 1981 el movimiento ya era popular y contaba con nuevos acólitos como Duran Duran y Adam & The Ants. El recién nacido video clip se convirtió en plataforma vital para todos aquellos grupos, cuyas canciones quedaron automáticamente asociadas a sus correspondientes vídeos. Vivienne Westwood presentó su colección Pirates en la pasarela y diseñó ropa para Adam Ant. Ajeno al Blitz, Ant había sido chico McLaren y llevaba años al frente de Adam & The Ants. Para su segundo disco, Kings Of The Wild Frontier, eligió un look que mezclaba prendas de bucanero, pinturas de guerra indias y casacas de miembro de la corte de Luis XIV. Su sonido no tenía nada que ver con el de Visage, Spandau Ballet, Ultravox o Duran Duran, pero su imagen encajaba con el fenómeno y acabó siendo absorbido por él.
Casi todos aquellos grupos lograron mantener su popularidad en los años siguientes. Algunos, como Duran Duran, se convirtieron en el símbolo de los excesos de la década; otros, como Ultravox, hicieron del engolamiento pop un estilo. En 1982, antes de que ocurriera todo eso, de los new romantics apenas quedaba ya rastro. Su estética, lejos de extinguirse, evolucionó más allá del fenómeno y fue tremendamente influyente a lo largo de la década.
Boy George, Marc Almond, Marilyn o Martin Degville, de Sigue Sigue Sputnik tenían sus raíces en el Blitz. Los tópicos sobre las hombreras y los cardados proceden de ahí, del inicio de una década en la que la sofisticación, el exceso y la floritura acabaron quitñandole protagonismo al rock.
El fenómeno no cuajó fuera de Inglaterra, pero en la España eufórica de la movida encontró una efímera aunque marcada aceptación. Tino Casal, que venía del glam, abrazó por inercia aquella imagen barroca y recargada y no la abandonó nunca. Mecano se fueron a los mercadillos de Candem a comprarse la ropa que lucían en sus primeras fotos y apariciones públicas: vestir aquellos modelos en la España de 1982 sí que era heroico, y no las gestas ficticias de Spandau Ballet. También tenía su fundamento el kilt que luce Eduardo Benavente en la portada de Otra dimensión (1981) de Alaska y los Pegamoides, o el look de la mismísima Alaska en la portada de Grandes éxitos (1982). Pero sin duda, la ciudad española donde más y mejor prendió la onda neorromántica fue en Valencia, con el grupo Glamour a la cabeza. Como los Blitz kids, bebían del postpunk y el pop electrónico, e idolatraban a Bowie. La diferencia es que en Valencia, en 1979, no había nada que se pareciese ni remotamente al Blitz. Lograron fichar para una multi y grabar un disco de rock fiel a sus influencias, mezclando guitarras y sintetizadores. Reinaron durante el verano de 1981 en una ciudad contagiada por el new romantic look, que tuvo un buen embajador en Montesinos y una buena sede en la discoteca Barraca. Ese mismo invierno salió Imágenes, primer y único éxito de Glamour a nivel nacional. La etiqueta de new romantics pesó mucho, entonces y ahora, pero su talento estaba muy por encima de los modelitos que lucían en las fotos.
Extraído de El País (Pop Etc de Rafa Cervera)