Lo que diferencia a este grupo de creadores es su modus operandi, que aúna creatividad y responsabilidad social. Estos son los nombres y apellidos de la nueva moda sostenible española.
Soltado el lastre del activismo, al que, por defecto, siempre se ha asociado a la moda sostenible, los jóvenes diseñadores actuales abogan por la unión de creatividad y ecología como base de la nueva creación con conciencia.
Es evidente que el consumidor ha evolucionado, y tras pasar revista al etiquetado de los alimentos para saber lo que come, ha empezado a leer –y descifrar con criterio– la composición de las prendas que viste. Cada vez son más los clientes a los que ya no solo les importa si el artículo puede lavarse o no a mano: conocer el origen de la materia prima, de la hilatura, del tintado y de la fabricación del tejido o de la confección de la ropa son datos que permiten saber si estamos frente a un producto respetuoso con el entorno y con las personas que lo han elaborado. «Podríamos decir que una firma sostenible es aquella que ha llevado a cabo un análisis cualitativo y cuantitativo del ciclo de vida de su producto», informa Gema Gómez, directora de Slow Fashion Spain. «Es decir, que ha hecho la mejor elección en materia de sostenibilidad, teniendo en cuenta los impactos que genera la industria en el uso intensivo del suelo, la biodiversidad, la huella hídrica, los tóxicos lanzados al medio ambiente, los residuos, las emisiones de CO2 y el impacto social y cómo pueden afectar en el futuro».
La fundadora de Cus, Adriana Zalacaín, asegura que su vocación por este tipo de prendas parte de su inquietud personal: «Me di cuenta de que mis preocupaciones sociales e intelectuales debían intervenir también en este mundo apasionante de la moda». Por eso, apostar por tejidos sostenibles, la producción local, ver dónde, cuándo y cómo se confecciona, sin renunciar al diseño y a la innovación, fueron factores determinantes a la hora de fundar su firma. Algo parecido le ocurrió a la diseñadora de origen indio Kavita Parmar, creadora de IOU Project y de la marca Ioweyou, hoy presente en 35 países: «Destrozamos el planeta, retrocedemos en derechos laborales, desaparecen artesanos y técnicas milenarias que nos definen como cultura. Con la llegada de la crisis tomé la decisión de dejar de quejarme y participar activamente en el cambio». Y es que, en proyectos así, separar las creencias personales de lo profesional es prácticamente imposible.
Frente a los modelos de producción fast fashion y low cost, la moda sostenible ofrece una llamada de atención, una promesa. «No pretendemos preconizar el no consumo, pero sí creemos en la necesidad de consumir menos y mejor», defiende Pepe Barguñó, de Thinking Mu. Sus camisetas están trabajadas con algodón orgánico de Perú e India. «Viajamos allí cuatro veces al año. Visitamos a los campesinos, a los hilanderos, a los tejedores y a los confeccionistas».
En tan solo tres años, el cambio ha sido espectacular. «Las marcas que apuestan por este nuevo modelo de negocio son pequeñas: diseñadores emergentes o emprendedores que ven en este movimiento un valor añadido», explica Gema Gómez, quien acaba de publicar el primer directorio de moda sostenible de España. «Somos muchos más de los que pensamos», advierte. Las nuevas generaciones consumen con otra mentalidad. «Saber quién ha hecho una prenda, con qué y cómo es un intangible valorado por el cliente, quien al comprar siente que pone su granito de arena para hacer un mundo mejor», cree Barguñó.
Consciente de que una industria más sostenible (y responsable con el planeta) es el único futuro posible, ya en 2011 Sybilla impulsó la fundación Fabrics For Freedom. Su diseño «Esta bolsa tiene tela», realizado con algodón ecológico de Vidarbha, fue una apuesta de éxito que contribuyó a que las familias de esa región algodonera de India cambiaran el cultivo de algodón transgénico por orgánico. «La variedad convencional representa el 3% del cultivo mundial y utiliza el 25% de los pesticidas y plaguicidas», apunta Gema. Para producir la materia prima necesaria para confeccionar una camiseta (250 g) se precisan 2.700 litros de agua. Y si en el procesamiento del algodón común se utiliza una media de 8.000 sustancias químicas, en la alternativa orgánica este número baja a 200. Además, según la OMS, cada año se contabilizan 20.000 muertes a causa de los pesticidas.
El baile de cifras es llamativo, pero ¿hay alguna normativa que regule y revise este mercado? «Ni en España ni en ningún otro lugar del mundo existe una ley como tal», informan desde Slow Fashion Spain. «El país más avanzado en este sentido es Alemania, que el pasado mes de abril anunció que va a lanzar una reglamentación que garantice que las prendas se han fabricado cumpliendo estándares en materia social y medioambiental».
Sin embargo, ante la ausencia de una legislación, la lista de sellos reguladores se multiplica. GOTS (Global Organic Textile Standard) es, sin duda, el más respetado a escala internacional porque garantiza unos procesos limpios en la trazabilidad del producto. Otros marchamos de calidad destacados son Textil Exchange (que audita los procesos) o Oeko-Tex (que testa las sustancias dañinas).
«Para mí es importante que los tejidos que uso estén certificados», comenta Eva García, de Ecoology. Aunque algunos productos, como los zapatos de curtición natural de Javier Nagore, son difíciles de controlar: «Obtener el sello de la colección podría costarnos unos 15.000 euros, porque hay que regular todas las pieles en todos los colores; y así cada temporada. Lo que sí hacemos es revisar el proceso de curtición y tintado, además de trabajar con proveedores que ofrecen garantía», explica Nagore.
Asegurar que toda la piel que se usa provenga de «vacas felices» es otra de las muchas utopías a las que se enfrentan estos jóvenes emprendedores. «Todas las telas de mi colección (tanto si son orgánicas como recicladas) tienen certificados, así como el tinte de las sedas y los botones que utilizo. También procuro que el embalaje y etiquetado sea de mínimo impacto medioambiental. Sin embargo, empleo materiales o procesos tradicionales locales –como el trabajo hecho a mano en nuestro atelier– que, aunque son en sí mismos sostenibles, no tienen ningún documento que lo acredite», aclara María Glück, de Howl.
Si el desarrollo industrial está acabando con la artesanía local, la moda sostenible lucha por convertir la cadena de producción actual en una de prosperidad. «Buscamos materiales auténticos con tradición y patrimonio cultural para después, en Europa, traducir ese tejido en prendas contemporáneas», describe Kavita. «Nos gusta contar las historias de los artesanos que continúan estas tradiciones; por eso cada prenda tiene un código que permite rastrear y conocer a la persona que la ha hecho posible». Y es que estos proyectos no solo hablan de estética.
La diseñadora Ananda Pascual fue voluntaria en la ONG Diseño para el Desarrollo, donde asesoró a talleres sociales de moda, en países en vías de desarrollo, a orientar su producto hacia el mercado europeo. Hoy, bajo el lema «la estética es importante, la ética imprescindible», Pascual trabaja con telas de comercio justo, en talleres que ayudan a la formación de mujeres. De hecho, colabora con tres que proporcionan a sus creaciones una personalidad única: «De la alpaca baby de Perú, el nailon y seda de Camboya y el algodón de India se obtienen calidades, colores y estampados interesantes», dice. «Cogemos un producto tradicional y lo convertimos en una prenda urbana».
Creatividad y vanguardia son los nuevos valores de un sector que no solo vive del algodón. Desde su firma Howl by María Glück, María apuesta por otros tejidos orgánicos o reciclados: corcho, madera, etc. Sus diseños, en muchos casos unisex, son de corte minimalista y conceptual, con líneas sencillas y texturas complejas. Con formación en Bellas Artes y base en Berlín, la colección de María aúna sostenibilidad y diseño: «Investigación, recuperación de técnicas tradicionales, implementación de materiales poco convencionales…». Su balance tras dos años en el mercado es positivo: «He visto aumentar enormemente el interés en slow fashion y en proveedores de tejidos sostenibles».
Dispuesta a seguir rompiendo los estereotipos asociados a este sector, la multipremiada María Lafuente ha sorprendido en su última colección con unos accesorios realizados con miel de caña en moldes 3D. «Un proceso pionero en el que ha colaborado el ingeniero agrícola Keith Agoada», apunta La fórmula es totalmente natural y estéticamente muy atractiva. Sin embargo, no se trata solo de diseñar una colección bonita. «Queremos proteger los cultivos locales y que los campesinos, en este caso en Panamá, mantengan sus cultivos tradicionales y un equilibrio con el medio ambiente». Atrevida a la hora de incorporar vidrio o cerámica en sus colecciones, le apasiona mezclarse con otras disciplinas que le hagan evolucionar: «Tener el reto y el objetivo de mostrar no solamente moda, sino descubrir y propiciar nuevos retos creativos y humanos».
Quizá la nueva generación de creadores sostenibles esté todavía definiendo su manual de uso. Sin embargo, lejos de convertirse en una tendencia pasajera, este modelo de consumo se estima imparable.
Extraído de SMODA (María Victoria Aroca y Cristina Pérez-Hernando)