Las tejedoras están preocupadas por el futuro del oficio.
- Existen más de cien artesanos inscritos en el registro de actividad de tejidos
- Las prendas que confeccionan se venden por encargo o en ferias de muestras
- Se dedican a la creación de complementos de moda y hogar
Parte de ellos se dedican a la confección textil en telares de similares características a las máquinas de madera de siglos pasados. Son telares grandes para sentarse sobre ellos o más pequeños, de sobremesa, reformados y mejorados, con los que elaboran prendas que, generalmente, venden por encargo o en ferias de exposiciones. La semana próxima uno de estos talleres, Belategui Regueiro, instalado en la localidad coruñesa de Cambre, representará a Galicia en la feria profesional Maison&Object de París a través de Artesanía de Galicia.
La empresa de artesanía textil fue fundada a principios del siglo pasado y se dedica, como algunas otras en la comunidad, a la creación de complementos de moda y hogar realizados con tejidos elaborados a mano en sus propios telares artesanales con materiales cien por cien naturales como la lana, la seda, la alpaca o el lino. Unas prendas que se distinguen por la calidad, el diseño y los acabados.
Enseñando a los más pequeños
"Adolfo Domínguez también empezó con un telar", recuerda Carmen Rodríguez Álvarez. Su abuela y su madre la iniciaron en la actividad en el pequeño municipio de Navia de Suarna (Lugo). Una tradición que aprendió "casi sin darme cuenta" y que desde hace años intenta inculcar a los más jóvenes de la capital lucense. "Queremos que los niños y niñas de hoy en día sepan que existía el telar y cómo se utilizaba porque era nuestro modo de vida", explica.Desde hace ocho años se dedica a dar clases en el Centro Social de Fingoi no sólo a los más pequeños, sino a todos aquellos que quieran iniciarse en el oficio. Para ellos, porta sus más de diez telares, alguno centenario, y enseña todo el proceso, desde el cardado de la lana hasta la confección de la prenda. "Los cursos son de pocas horas, por lo que hacemos toallas o paños pequeños porque lo demás es más trabajoso", cuenta Carmen.
La tejedora espera que la tradición nunca deje de enseñarse, a pesar de las dificultades que aprecia en la venta del producto hoy en día. "Para hacer una prenda como una manta o una colcha se necesitan muchas horas, algo que nunca se paga en los trabajos manuales", lamenta.
Durante las pasadas dos semanas los jóvenes escolares de Lugo han aprendido las nociones básicas sobre el funcionamiento de un telar, desde el orden de colocación de los hilos o el orden correlativo de los pedales. Un ejercicio que atrae a los más pequeños y que los hace convertirse en artesanos por un día.
Un ejemplo similar lo encontramos en la montaña lucense, en pleno Camino de Santiago. Es en Triacastela donde nace Artelar, la Asociación de Artesanas del Telar, "con el objetivo de dar a conocer un oficio tradicional a todos los caminantes que año tras año visitan el pueblo", explica su presidenta, María Isabel Fontal. El telar de madera sirve como pieza de museo para los visitantes pero también es el espacio de trabajo de Cecilia Carballo, una de las asociadas que se gana la vida con la venta de prendas elaboradas de forma artesanal.
Cecilia adquiere el material en el mercado catalán, por la escasez del producto en Galicia, donde la lana de oveja hace tiempo que se tira. La mayor parte de su producción responde a fulares, bufandas y chales, artículos que elabora por encargo o vende en ferias a las que asiste de forma regular. "Son prendas únicas, no existen dos iguales aunque lo intentes, por lo que los precios no pueden ser como una bufanda de una de las tiendas de los chinos", relata.
Recientemente, ha incorporado entre sus clientes a los centros gallegos vascos, un nuevo comprador al que espera vender sus prendas.
Al igual que los demás artesanos dedicados al oficio de tejer, Cecilia no teme la desaparición de la profesión aunque reprocha un mayor control sobre la actividad a las administraciones. "Nosotras tenemos una carta de artesanos que nos concede la Xunta y pagamos el seguro de autónomos pero existe mucha economía sumergida en el sector que vende a bajo coste y perjudica nuestro trabajo", denuncia.
Desde la Consellería de Industria se les exige a las tejedoras registrar el taller, así como una carta de artesano con la que asistir a ferias, recibir formación o ayudas para la mejora o mantenimiento de sus lugares de trabajo. Una actividad que se intenta fomentar desde el Ejecutivo autonómico como marca de calidad y como un modo de vida que no ha muerto a pesar de la aparición de la confección industrial y los planes de internacionalización del sector textil moderno, anunciados esta misma semana por la Xunta.
Recuperación de la felpa gallega
Así, nacen iniciativas como la de la etnógrafa inglesa Anna Champeney, quien hace años decidió dar un nuevo rumbo a su vida e instalarse en plena Ribeira Sacra donde montó su telar tradicional. Se preocupó por "resucitar una tradición a punto de caer en el olvido"; la técnica de la felpa gallega cuenta con más de 1.500 años de vida. Desde su casa con vistas al Río Sil, en Cristosende, desarrolla tejidos "con raíz" que obtiene de la propia tierra y que, según destaca "desprenden toda la fuerza de la tierra y de la cultura en la que se crean".
La técnica de la felpa consiste en extraer cada uno de los bucles que componen la pieza a mano, convirtiendo el proceso en laborioso, de forma que una pequeña pieza, como un cojín, puede contener más de 3.000 bucles.
Artículos que recuerdan a los cobertores que todavía se encuentran en las casas de aldea o en las viviendas de nuestros antepasados realizados en colores vivos y decorados con motivos florales o formas geométricas.
Anna Champeney reclama un papel más internacional para este tipo de prendas y confecciones tradicionales. Cree que la técnica, demasiado próxima al pasado rural, está "marcada por la nostalgia y el desprecio, lo que no permite que haya mercado en un contexto moderno", por lo que ha decidido, a través de su web, buscar clientes fuera, en países como Dinamarca o Gran Bretaña de quienes ya recibieron visita en la montaña lucense.
Los numerosos telares que todavía están en funcionamiento en la comunidad aventuran la continuidad de una tradición que, como muchas otras en el rural gallego, sigue siendo cosa de mujeres.
Extraído de El Mundo (Silvia Pena)