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La falda tubo –también conocida como falda lápiz, en una traducción literal del término anglosajón– fue puesta en circulación en el año 1954 por Christian Dior. Harto de los excesos y de las copias de su rompedor New Look de 1947, el gran diseñador francés lanzó la línea H, con unas proporciones que ajustaban el cuerpo y equilibraban los hombros con las caderas.
Su idea fue recibida con entusiasmo y esa pieza que ciñe la silueta para descolgarse en línea recta en dirección a las rodillas se convirtió entonces en uno de los iconos de la década y, con el tiempo, en uno de los grandes clásicos del guardarropa femenino. Como un búmeran, va y viene al capricho de las tendencias, pero se ha ganado fama de infalible y merece un lugar permanente en el armario de toda fashionista.
Esta temporada es la falda por excelencia y en su sensual desfilar por tantas pasarelas ha dado prueba de su enorme versatilidad. Anna Molinari la convierte para su línea Blugirl en la quintaesencia de lo británico, en un paseo por el campo digno de la mismísima reina Elizabeth, con calcetines y mary janes de tacón. Una propuesta relajada en la que coincide con Dries Van Noten, Tommy Hilfiger y Marc Jacobs al combinarla con envolventes jerséis de punto artesano o con gráficos tops de punto. Pero el creativo Jacobs ha ido mucho más lejos en su búsqueda de materiales y propone una increíble colección de faldas lápiz a base de escamas de cuero, topos engomados, lentejuelas tecnológicas, brocados de seda o piezas circulares, unidas a lo Rabanne, que calza con botines de pescador. Ahí queda eso.
En una atmósfera más urbana y sofisticada, Stella McCartney las considera imprescindibles para la noche, con transparencias, tules y lunares. En Givenchy, Riccardo Tiscci las convierte en el centro de su sensual colección estampándolas sobre raso con orquídeas, panteras o versallescos trampantojos, cortándolas en negro terciopelo o jugando a las transparencias con la organza como aliada. También las ve con enormes jerséis –de exquisita angora bordados de guirnaldas–, con sudaderas cortas de raso y con camisas masculinas.
Icónica creadora de mitos, gracias a su capacidad para poner en valor las curvas, la falda tubo forma parte del ADN de Italia desde que Loren, Viti, Cardinale o Belucci revelaran con ellas sus traseros de vertiginoso vaivén. Por eso también forman parte de la esencia de Dolce & Gabbana: es una prenda esencial en sus colecciones, este otoño a base de estrellas y de encaje. Pero la influencia de esta pieza va mucho más allá: del chic minimalista del existencialismo francés a la tórrida frialdad de las actrices rubias de Hitchcock, pasando por la contracultura mod, el charme de la burguesía y el descaro ruidoso del rock & roll, que las prefiere de cuero negro, como dictan Loewe o Hermès.
Si tenemos en cuenta los últimos desfiles, la mayoría de creadores sitúa el largo cubriendo la rodilla, aunque algunas marcas las dejan un poco por encima, en una medida que favorece a las menudas. Las claves del perfecto estilismo pasan por romper con lo convencional y explorar la vía del maxijersey, la ceñida camisa masculina, la cazadora corta y pegada sobre un top revelador o una sencilla camiseta rockera. Además, hay que ser extremista con el calzado: el stiletto con punta, el botín con tacón y media caña (ajustado a la pierna porque es lo nuevo y cosmopolita), el zapato atado masculino y el retro con calcetines, porque renueva totalmente el look.
La falda lápiz cautiva con inquietante sensualidad y permite el riesgo y la extravagancia porque es un diseño impecable. Como todos los grandes logros de la historia de la moda, esta prenda basa su perfección en eso que llamamos elegancia: algo dotado de gracia y sencillez.
Extraído de El País (S MODA) (Anna Valles)