Gadafi visita Mozambique para una cumbre de la Unión Africana. | AFP |
- Gadafi es el más folklórico de los sátrapas amenazados por la primavera árabe
- Se cambia de ropa cuatro veces al día, según la prensa italiana
- El dictador ha pasado de sobrio soldado revolucionario a pomposo rey africano
De hecho se ha convertido en el tirano mutante, capaz de transformarse en uno u otro personaje según lo requirieran sus delirios de turno. El enemigo al que Europa le empezó a guiñar el ojo a cuenta del petróleo y los inmigrantes es uno y trino, gracias a un vestuario que cambia hasta cuatro veces al día, según la prensa italiana.
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Está el Gadafi primerizo, el que se asomaba al poder desde la radio el primero de septiembre de 1969 con un papel en la mano que cambiaba la Historia libia. Un joven -y apuesto, sí- militar de uniforme sobrio que soñaba con emular a Nasser protagonizando un golpe gemelo para derrocar la monarquía del rey Idriss.
Luego el revolucionario se hizo gobernante y ahí empezaron los problemas. Para el pueblo libio y para el buen gusto en general. Sus uniformes han evolucionado con los años y los brotes de megalomanía hacia el tipo república bananera, convirtiendo al Guía de la revolución en marcial árbol de Navidad al que no le falta detalle: charreteras, cordones dorados y un rosario de medallas otorgadas a sí mismo con las que se podría montar una chatarrería.
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Todo ello aderezado con gafas de sol estilo Pinochet que esconden unos ojos hinchados por el bótox y las noches de desvelo por su pueblo, y presumiblemente por las 40 guardaespaldas presuntamente vírgenes que nutren su escolta.
No en vano el líder libio tiene también una versión playboy a lo Julio Iglesias que ha explotado con profusión. Inolvidable el modelo que lucía en una cumbre española junto a Zapatero, un look romántico que repitió con ocasión de una visita al Elíseo, con capa y fular dignas de un poeta maldito. O los momentos John Travolta, que también los ha habido, como el que le acometió en la cumbre del L' Aquila embutido en un traje blanco que pasó de moda inmediatamente después de 'Fiebre del Sábado Noche'.
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Está también el Gadafi beduino, envuelto en telas del color del desierto con las que reivindica sus raíces en el pueblo de Sirte, de las que ha hecho bandera trasladando su jaima por tierra, mar y aire -no pudo clavarla en Central Park-, lejos de «los techos que nos impiden pensar», como ha dicho en alguna ocasión.
Un símbolo de resistencia contra la occidentalización de quien también quiso hermanar a los árabes, pasándose, como en el resto de terrenos, de frenada. A lo largo de su mandato el líder libio ha tenido arrebatos fraternos que le han llevado a proponer la fusión de su país con el hermano tunecino (1973), los hermanos egipcio y sirio (1971) y hasta el hermano del Chad (1980).
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Fracasados todos sus intentos, el Guía se alejó de la causa árabe para encabezar la africana y convertirse en Rey de Reyes del continente negro. Con las consiguiente traca final en su guardarropa, que se ha llenado en los últimos años de colores no aptos para epilépticos, bisuterías doradas, pins con el mapa de África en el color verde de su revolución y hasta estampados con fotografías de los héroes africanos. Iconos a los que tal vez se esté encomendando ahora que no sólo su trono, sino su vida, a juzgar por las declaraciones de los rebeldes, están amenazados.
Extraído de El Mundo (Fátima Ruiz)
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