Llevan una trayectoria muy coherente asumiendo una nueva personalidad que no traicione el legado del maestro. Tarea nada sencilla que Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli están llevando por buen camino.
Su colección del invierno que viene tiene trazos de inspiración en la Rusia imperial, sobre todo en algunos de sus bordados y en los detalles de pasamanería, cordonería y trenzados que hay en la mayoría de las 41 piezas de la colección. Trabajo artesanal como se le ha de exigir a la Alta Costura: botonaduras a la espalda, costuras ribeteadas de finas hileras de cristalitos, patrones impolutos que dan un marchamo sensacional a las piezas de noche (casi todo es noche, el día apenas parece existir en el universo costura para la mayoría de creadores).
A lo largo del desfile, ubicado en el Hotel Salomón de Rothschild, apreciamos dos puntos de vista diferentes pero que conviven con la armonía que la casa Valentino sabe imprimir a sus diseños: una parte actual, para una mujer joven, etérea, de transparencias y terciopelos devoré en vestidos evanescentes en tonos nude, blanco, marfil, oro y el rojo marca de la casa (esta vez fueron dos fantásticos vestidos de noche en tonos sangre y más claro); a continuación aparece un punto de vista más clásico, atemporal, regio, con levitas brocadas, vestidos de fiesta con empaque, rectos, tonos bronce y oro, mucho oro, para una mujer más hierática, altiva, que recurre a piezas de terciopelo negro con relieves luminosos.
La delicadeza de los materiales parece estar intrínseca en el ADN de la casa; algo que la mujer exquisita sabe agradecer y el tándem de estilistas italianos recompensar con unos diseños que enaltecen la gracia de sus movimientos, la riqueza del contacto con la piel femenina.
En suma, una visión de la Alta Costura que se barniza de modernidad para un presente actual pero que siempre tiene una mirada a la nostalgia. La firma Valentino parece estar casada con la eternidad.
Extraído de YO DONA (Jesús María Montes-Fernández)
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