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miércoles, 2 de enero de 2013

“Cuando pagas cada uno de los botones y las cremalleras, aprendes lo que valen”



Antes de ser una diseñadora de moda cuya ropa puede encontrarse en los armarios de Nicole Kidman y Michelle Obama, y mucho antes de ser famosa por su romance de más de una década con Mick Jagger, L’Wren Scott era una de las estilistas con más éxito de las que trabajaban en Los Ángeles. Uno de sus encargos, a principios de los años noventa, fue una campaña publicitaria para White Diamonds, de Elizabeth Taylor, que se convertiría en el perfume creado por una famosa más vendido en el mundo.
“No recuerdo haber llegado a olerlo”, decía Scott el otro día en el asiento trasero de un sedán BMW 750i negro. “Iba todo sobre Taylor y sus diamantes, que ella decía que siempre le habían traído suerte”, contaba la diseñadora. “Pero creo que ese perfume le trajo suerte”. Ahora, casi treinta años después, es ella la que estrena un perfume.

A los 44 años, alguno más o alguno menos, con su propio dinero y un sentido de la disciplina comparable al de una directora de colegio, Scott, que no quiere confirmar su edad, ha creado una pequeña, aunque destacada, empresa de moda que cree que ahora está madura para la inversión exterior. Y es que tras seis años de negocio, su ropa se vende en cerca de 100 tiendas, ha diseñado una colección de gafas de sol reglamentarias y, hace un par de semanas, presentó su propio perfume, una fragancia de edición limitada realizada en colaboración con Barneys New York. Los que vive Scott son unos grandes momentos. Además de todo su trabajo, coordina también el inmenso vestuario que va a llevar su marido, Mick Jagger, en la gira de los Rolling Stones 50 & Counting.
La diseñadora ha sido cauta en sus negocios pero, por otra parte, es en sí una persona cauta, ya que la relación que mantiene con una superestrella mundial le impone la discreción. Se pasó un año entero haciendo ropa antes de decirle a nadie que estaba planeando una colección, basada en el little black dress (vestido negro corto). Una vez que estuvo terminada, invitó solo a 23 personas al desfile y las sentó a comer en una mesa alargada, mirando hacia ella como un pelotón de fusilamiento. “Para saber inmediatamente si podía hundirme o nadar”, dice.
“Dirigir un negocio propio es una gran curva de aprendizaje”, decía Scott. “Cuando es una misma la que firma los cheques para cada cremallera y cada botón, aprende rápidamente lo que cuestan. Hay que recordar que no tienes prisa por llegar a la meta”, dice esta creadora, que llama a uno de sus estilos más populares el vestido de directora de colegio, una prenda mojigata y ajustada al cuerpo con mangas de tres cuartos que han llevado muchas de sus amigas, como Madonna, Kidman y Ellen Barkin.
Scott y Jagger se complementan el uno al otro. En una cena en el Carlyle durante las últimas semanas, Jagger trabó conversación con la artista Rachel Feinstein a su derecha y con Lisa Perry, la diseñadora que ahora es también la primera dama de Barneys (su marido, Richard, compró la tienda), a su izquierda. Jagger, que dice estar contento con la acogida que están teniendo sus conciertos, también asiste a la mayoría de los desfiles y los fotografía o graba en vídeo de tal manera que la convierte a ella, en lugar de a él, en el centro de atención.




















Extraído de The New York Times (Eric Wilson)

domingo, 4 de noviembre de 2012

El poder de la blusa

Mientras sus compañeras de profesión y coetáneas no se despegan de las camisetas, Taylor Swift ha hecho de las blusas una de sus señas de identidad.

La elección de vestuario de Lena Dunham en un evento culinario celebrado en Los Ángeles a principios de mes, ha dado la vuelta a periódicos y magazines, pasando por Twitter y su propio Instagram: su estilismo, a base de blusa y shortsimperceptibles a juego, la colocaba directamente en la lista de las peor vestidas por enseñar cacha hasta el punto que parecía que no llevaba pantalones. Justo el golpe de efecto que le hacía falta a la blusaese lugar común en cualquier armario femenino que en los últimos tiempos se ha revitalizado sobre las pasarelas gracias, entre otras firmas, a Céline, Chloé o Dries Van Noten.
Kim Kardashian, capaz de arrancarle la castidad a casi cualquier cosa, últimamente ha hecho bastante por esta versión aligerada de la camisa. De todos modos no todo el mérito es suyo ya que este invierno la blusa pierde su parte inocente y romántica, su cariz extravagante y "pijamero" siguiendo los afrancesados dictámenes de Phoebe Philo, para convertirse prácticamente en un deshabillé. Eso, o viene estampada, bordada con encaje, puntillas, o pedrería; rematada con volantes, fruncida en hombros, o ajustada al talle. Incluso pierde los botones y alza su cuello o arquea sus mangas.
El poder de la blusa ha seguido esta temporada una trayectoria de lo más "seriéfila". Mucho se ha hablado de McKenzie McHale (Emily Mortimery el centro de gravedad de sus estilismos en "The Newsroom". Este otoño, el relevo lo ha tomado Carrie Mathison (Claire Danes) en la segunda temporada de la multigalardonada "Homeland". Ninguno de sus guardarropas están hechos para el pecado, pero las clásicas blusas de seda son el denominador común de la sensualidad blanca y contenida de ambos personajes (en el caso de Danes las blusas ayudarán además a disimular su embarazo).
Fue Michelle Obama quien primero le dio la vuelta a este básico. Ella, que cambió el rumbo del power dressing a su llegada a la Casa Blanca sustituyendo los trajes por vestidos de flores y las americanas por cárdigans de J.Crew, le ha dado también un nuevo aire a las blusas. Las suyas incorporan casi siempre grandes lazos y se tiñen de coloridas y llamativas tramas desplazando a la camisa blanca del perfecto decálogo del uniforme de éxito. A Ann Romney, por el contrario, esta es una prenda que no le ha costado más que disgustos. Y es que mientras el pueblo soberano estadounidense se muestra indulgente con algunas de las exclusivas apuestas de la primera dama en ese pulso electoral paralelo que calibra el estilo de ambas, el público vio con muy malos ojos que Romney se gastara 763 euros en una blusa estampada de Reed Krakoff que, curiosamente, también tiene Cheryl Cole. Otro gallo hubiera cantado si los hubiera invertido en una chaqueta.
Muchos menos atrevidas son Kate Middleton o doña Letizia. Las McHale/Mathison de la realeza. De todos modo el papel de la blusa en palacio es todo mérito de Rania de Jordania y su atuendo en la boda de los Príncipes de Asturias. El vestido azul zafiro de Issa le hizo sombra, pero la blusa color crema de Whistles que lució Catalina en las fotos oficiales de su compromiso -muy del estilo de las hermanas Crawley en Dowton Abbey- no es que se vendiera como churros, es que fueron tantos lo que se pusieron en contacto con la marca, que esta se vio obligada a reeditarla visto que era de una colección pasada. Pero ninguna princesa ha optimizado esta prenda como Letizia. Su apología de la blusa le ha valido mil veces su peso en sobriedad y recato. Mira que ha tenido ocasión de medir fuerzas con otros miembros de casas reales, pues su mejor cara a cara estilístico se lo propició una blusa blanca y negra publicitada por Kate Moss en el catálogo de Mango que le quitaron de las manos a la cadena española.
Hoy por hoy incluso las más jóvenes se apuntan a cambiar la camiseta por la blusa. Entre ellas Emma Watson o Kristen Stewart. Aunque nadie las lleva como Taylor Swift. La joven ha hecho de la esta el vehículo de su código deontológico de adolescente decorosa y eternamente despechada, bastante menos viperina que otra maestra televisiva en la materia: Blair Waldorf. La que lleva Swift en la portada de su último trabajo Red es de Rag & Bone y está completamente agotada.

Extraído de El País (Laia Cenea)

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